¿Cuándo (y por qué) empezó usted a interesarse por la atención plena?
Desde hace muchos años me habían interesado las filosofías orientales, especialmente el taoísmo. Y leyendo textos de filosofía oriental, se fue despertando mi interés por la práctica de la meditación. Así fue como hace ya más de diez años (me sería difícil precisar cuándo exactamente), comencé a meditar. Mis primeras experiencias fueron practicando Zen, aunque después lo hice en el marco de otros tipos de budismo. Siempre he buscado lo que había en común en todas estas aproximaciones al descubrimiento de uno mismo y de la propia conciencia. Dada mi profesión, era lógico que tratara de relacionar estas experiencias internas con mis conocimientos sobre el cerebro y también con las aplicaciones clínicas que la práctica de mindfulness posee. Y la verdad es que tanto el estudio de la neurobiología cerebral como el de la aplicación clínica de mindfulness, se encuentran ahora en un periodo de crecimiento explosivo. Estamos asistiendo a un incremento exponencial del interés por estos temas, yo creo que porque la humanidad intuye, de alguna manera, que está en riesgo real de autodestruirse y busca la orientación y el alivio de lo que se ha llamado desde siempre la ‘sabiduría perenne’.
¿Qué cambia en nuestro cerebro cuando practicamos atención plena (mindfulness, en inglés)?
Aunque estamos muy lejos de comprender todo lo que pasa en el cerebro durante la práctica, recientemente se ha publicado una investigación que arroja bastante luz sobre uno de los aspectos más importantes de la actividad cerebral en la meditación. Cuando no está ocupada en una tarea concreta, nuestra mente tiene la tendencia a implicarse en procesos narrativos, en los que relaciona el pasado con el futuro y construye la entelequia del self personal, un self que posee una historia propia con la que nos identificamos. Esta actividad se produce en redes neurales localizadas en las zonas mediales de la corteza prefrontal, actividad, que en los seres humanos actuales, es muy exagerada (se trata de las zonas en las que el cerebro humano difiere más del cerebro de otras especies). Podríamos decir que ese ajetreado quehacer cerebral se encuentra al servicio de la supervivencia (humana). Tratamos de construir modelos del futuro basándonos en nuestras experiencias del pasado. Procuramos preveer lo que va a suceder, a fin de poder planificar mejor nuestra conducta e incrementar así nuestras posibilidades de subsistir y de prosperar. El problema es que, cuando esta función se activa en demasía, vivimos constantemente en el futuro, siendo presas del temor o del deseo. Vivimos para lo que ha de pasar (que es algo ilusorio) y comenzamos a dejar de vivir en la realidad de lo que pasa. Cuando, por el contrario, dedicamos nuestra atención a lo que está sucediendo en el momento presente, decrece la actividad de estas zonas mediales de la corteza prefrontal y entran en acción circuitos nerviosos situados más lateralmente en el cerebro. Son momentos en que, en lugar de vagar por los cerros de Úbeda, nuestra mente se encuentra centrada en lo que estamos viviendo en ese momento.
¿En qué consiste el entrenamiento mental (del mindfullness)?
Al entrenarnos en mindfulness (es decir, al hacer meditación), lo que hacemos fundamentalmente es abandonar la actividad de esa mente errante (también llamada ‘mente de mono’, pues la mente, igual que un mono salta de rama en rama, va saltando de tema en tema) y concentrar nuestra atención en lo que está sucediendo en el presente, bien en nuestro cuerpo, bien en el mundo externo. Dejamos de rumiar sobre el pasado y de preocuparnos acerca del futuro y nos dedicamos a vivir la realidad del momento presente. Dada la extraordinaria inercia que tenemos a darle vueltas al pasado o a preocuparnos por el porvenir, nos resulta al principio muy difícil abandonar esa ‘mente de mono’, un hábito que se ha ido fortaleciendo a lo largo de toda la vida. Por eso se hace necesaria la práctica repetida de la meditación, para poder disminuir la fuerza de ese hábito y comenzar a abrirnos a experiencias mentales más serenas y gratificantes. En lugar de estar continuamente activando los circuitos de la supervivencia, es bueno poner también en marcha los circuitos de la felicidad.
¿Cómo ayuda a combatir el estrés, la depresión,…?
En el caso de la depresión, sabemos que la meditación puede disminuir la frecuencia de las recaídas en nuevos episodios depresivos. Al parecer, esto sucede porque, al meditar, pasamos menos tiempo entreteniendo pensamientos negativos y cavilando sobre nuestras preocupaciones. Por lo tanto, actualmente se cree que uno de los factores que contribuyen a provocar la recaída en la depresión es el rumiar y darle vueltas a los pensamientos negativos, en lugar de vivir con plenitud el momento presente.
El tratamiento y prevención del estrés es el tema que originó, históricamente, la aplicación de mindfulness a la práctica clínica. Fue Jon Kabat-Zinn quien utilizó una combinación de meditación y de yoga para aliviar el sufrimiento de pacientes crónicamente estresados, bien por razones médicas (como el dolor de espalda, el cáncer, las cardiopatías y otras patologías crónicas), bien por razones psicológicas, por estar sometidos a situaciones estresantes de larga duración y padecer ansiedad, depresión o insomnio.
La práctica de mindfulness (en todas las personas) contribuye a reducir la ansiedad, ya que activa las zonas cerebrales responsables de la modulación del miedo. Asimismo, facilita la aparición de estados de ánimo positivos, pues incrementa la actividad del hemisferio cerebral izquierdo. Mondfulness (y, especialmente, los ejercicios de compasión) nos aumentan la capacidad de empatía y de comunicación, facilitando así las relaciones interpersonales. También nos incrementa la auto-comprensión, haciendo posible que interpretemos mejor el sentido de la propia vida. Todos estos factores contribuyen a disminuir el estrés y a que nos sintamos más dueños de la situación que vivimos y, en general, de nuestras vidas.
¿Está confirmado, entonces, que nuestro cerebro es “moldeable”, que puede cambiar?
Sí, por supuesto. No hay ninguna duda de que el cerebro (incluso el de los adultos) posee todavía una considerable capacidad de adaptación. Si yo, por ejemplo, comenzara ahora a jugar al golf, o a aprender chino, ciertas zonas de mi cerebro se modificarían para crear el sustrato neuronal necesario para llevar a cabo esas actividades (desde luego, serían zonas muy diferentes en cada uno de las dos tareas y, probablemente, no llegaría a alcanzar mucha maestría en ninguna de esas disciplinas). Hay un trabajo muy interesante del equipo de Sara Lazar que, utilizando técnicas de resonancia magnética, demuestra que la práctica de la meditación incrementa el grosor de ciertas zonas cerebrales relacionadas con la atención, el procesamiento sensorial y la interocepción. Otro aspecto muy interesante de ese trabajo es que presenta indicios de que la meditación es capaz de contrarrestar el adelgazamiento que sufren, con la edad, ciertas zonas cerebrales. Es decir, que la meditación nos protegería de algunas consecuencias del envejecimiento cerebral.
Dice Jon Kabat-Zinn, impulsor del Mindfulness, que “no podemos parar las olas, pero podemos aprender a hacer surf”… Lo que Kabat-Zinn quiere expresar con esa frase es que, la mayor parte de las veces, no está en nuestras manos el poder cambiar la realidad, pero lo que sí que podemos hacer, es aprender a convivir con ella y a cabalgar sobre la ola que no podemos esquivar. En lugar de luchar con lo inevitable, es mucho mejor aceptarlo y hacernos amigos de aquello que forzosamente tenemos que vivir.
El próximo día 31 de octubre imparte un seminario para profesionales de la salud en Madrid. ¿Qué va a contarle a los asistentes? Más que contarles, lo que trataré es de comunicarles mi entusiasmo por la práctica de mindfulness y de transmitirles las enormes posibilidades que existen de vivir la vida de una forma diferente a cómo habitualmente lo hacemos. Más que de cambiar de vida, se trata de relacionarnos con ella de otra forma, lo cual, a medio o largo plazo, ¡nos lleva, naturalmente, a cambiar de vida! La práctica de mindfulness nos descubre un mundo nuevo, que no es otro que aquel en el que ya vivimos, pero visto desde una perspectiva radicalmente distinta. Se trata de acceder a un estado de conciencia diferente. La realidad es la misma, pero la vivimos de tal manera, que en lugar de ser una fuente de sufrimiento, se convierte en un manantial de alegría.
¿Podría resumir en una frase los beneficios de la atención plena?
Yo diría que la atención plena nos enseña a calmar la mente para ver con claridad. Un símil apropiado para ilustrar esta frase es el del estanque. Si las aguas de un estanque están revueltas, el fango las enturbia y no nos deja ver su fondo. Si conseguimos que las aguas se serenen, la tierra se sedimenta y el agua se limpia, haciéndose transparente. Asimismo, en nuestras vidas, la actividad turbulenta de nuestras mentes hiperactivas no nos deja distinguir con claridad lo que es importante y lo que es accesorio y, en general, andamos persiguiendo objetivos que nos crean todavía más problemas y tensiones de las que ya tenemos. Al apaciguar la mente, vamos descubrimiento lo que realmente importa y acabamos intuyendo cuál es el camino que conduce a la verdadera felicidad.
¿Cómo puede beneficiar Mindfulness a la relación médico-paciente?
En realidad, el tener o no una actitud de atención plena afecta al núcleo mismo de la relación terapéutica. Antes he comentado que mindfulness fomenta la empatía y la comprensión (en este caso, del paciente), mejorando la comunicación y el aprecio mutuo. En cualquier tipo de relación terapéutica, pero sobre todo en la psicoterapia, el mantener una actitud atenta por parte del terapeuta ayuda a comprender al paciente, a sentir empatía por su sufrimiento y también a incrementar la tolerancia afectiva del propio terapeuta y a aceptar sus propias limitaciones.
En todas las profesiones de ayuda se describe la aparición del síndrome del ‘burn-out’ (o ‘fatiga de la compasión’, como se le llamaba antes), en el que el terapeuta se ‘agota’ en su trabajo terapéutico y pierde la motivación y las energías necesarias para seguir ejerciéndolo. El tipo de motivación que subyace a la práctica de toda actividad terapéutica es muy importante a la hora de producirse el ‘burn-out’. Cuando la principal motivación es la obtención de resultados terapéuticos (la efectividad), es probable que en circunstancias no demasiado favorables (como son las que muchas veces tienen que soportar los profesionales de la salud), aparezca el ‘burn-out’. Los resultados esperados no se obtienen, la motivación comienza a fallar y entonces, con el tiempo, el cansancio y la falta de sentido se apoderan del ánimo del terapeuta. Sin embargo, estos efectos adversos no se presentan si la principal motivación, en lugar de la efectividad, es el amor y el deseo de ayudar a los demás. Una parte del entrenamiento en mindfulness conlleva el aprendizaje de la compasión (y de la auto-compasión), que son las mejores armas para defenderse del síndrome del ‘burn-out’.